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martes, 2 de marzo de 2010

cosas de palacio

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Cosas de palacio

Victoria anticonceptiva. En Inglaterra, los condones se vendían en unos paquetes que
llevaban el retrato de la reina Victoria, madre de nueve hijos.

Al rojo vivo. Luis IX, el único rey francés que ha sido canonizado, ordenó quemar con
un hierro incandescente la lengua de quienes juraran en nombre de Dios.

Jornadas vedadas. Por recomendación de su astrólogo, Luis XIV de Francia evitaba
hacer cosas importantes el dia 21 de cada mes. Pero no evitó que el 21 de Junio de 1791
María Antonicta y él fuesen arrestados; que el 21 Septiembre de 1792, la institución de
la realeza en su país, y que el 21 de Enero del año siguiente fuera condenado a muerte y
ejecutado.

Arcada al primer mordisco. En una ocasión, Pedro I el Grande (1672-1725),
emperador de Rusia, obligó a su sequito a morder los músculos de un cadáver
impregnado de esencia de trementina.

Envidias profesionales. Publio Elio Adriano (76-138) mando ejecutar a su arquitecto
simplemente porque sabia mas que el de arquitectura.
Experto marinero. El príncipe Enrique el Navegante jamás navegó en expediciones
para explorar los mares.

El monarca moroso. Para tratar las varices y la disenteria que padecía el monarca
inglés Eduardo I, su médico le recetó un costosísimo preparado a base de perlas,
almizcle, oro, plata, azúcar de rosas, resinas exóticas y pasta de ámbar gris. Tras varios
años de tratamiento sin notar mejoría alguna, el rey se negó a pagar la factura.

La mujer del saco. Las esposas infieles de los sultanes turcos eran metidas en sacos
con piedras y arrojadas al vacío desde los muros de palacio.

¡Qué piojoso! Se dice que Felipe II el Prudente, rey de España, murió en 1598 de
ptiriasis, o sea, una invasión excesiva de piojos.

Sé infiel y no mires con quien. Cleopatra se caso con dos de sus hermanos y fue
amante de César y Marco Antonio.

Noblezas verdes. Uno de los pasatiempos favoritos de Enrique VIII era la fabricación
de preparados de hierbas medicinales junto a su ayudante farmacéutico.

Calvos al poder. Para disimular su notoria calvicie, la esposa de Carlos VI, Isabel de
Baviera, se hacía un peinado que remataba en un larguísimo cono del que colgaban
finísimas gasas. El peinado hizo furor entre las nobles damas del siglo XIV, de manera
que el cono era más alto cuanto más aristócrata era la cabeza que lo llevaba.

Pánico en las butacas. En las representaciones teatrales, Nerón hacía ejecutar a los
espectadores que consideraba que no habían aplaudido con suficiente entusiasmo.

Esta porcelana es una ruina. En los siglos XVI y XVII, la moda de competir entre los
nobles europeos por reunir la mejor colección de porcelanas chinas hizo que muchos
vieran peligrar sus haciendas.

Muy agradecido. En 1993, el sultán de Brunei -el hombre más rico del mundo- dejó en
un hotel chipriota una propina de 23 millones de pesetas.

El poder de la uña. En el antiguo Egipto, ninguna mujer podía pintarse las uñas del
mismo color que la esposa del faraón.

Mil y muchos más amores. El rey Salomón tuvo 700 mujeres y otras tantas amantes.

Por una piedra... Enrique I de Castilla murió en 1217 de un golpe en la cabeza con una
piedra, arrojada por unos niños que estaban jugando.

Y por una teja. Pirro, rey del Epiro, falleció en el sitio de Argos por una teja lanzada
por una anciana desde una azotea en el año 272.

Buen trato para la tropa. Napoleón se excitaba acariciando con disimulo a los
soldados en campaña.
Edicto porcino. Luis el Gordo (1081-1137) prohibió que los cerdos circularan
libremente por las calles París. Esta decisión se debe a que su hijo murió al caerse del
caballo por culpa de uno de estos animales.

De lo que se come... Cuentan los cronistas que el rey Fernando el católico era un gran
consumidor de criadillas de toro, para fortalecer -según él- su virilidad.

Castidad imperial. El rey Luis XVI de Francia y su esposa Maria Antonieta no
consumaron su matrimonio hasta siete años después de la boda.

Amor en bandeja. Una de las perversiones del rey Enrique VIII de Inglaterra (1509-
1547) era mantener relaciones con sus numerosas mujeres arrojándolas sin
contemplaciones encima de la mesa donde acababa de comer

Combatir la vinolencia. El duque de Wellington (1769-1852) era adicto al opio, que
ingería para recuperarse de las resacas.

En malas manos. Cayo Antistío, político romano aficionado a la medicina, era dado a
practicar sangrías a sus pacientes. El inconveniente de ponerse en sus manos es que
llegaba a desangrarles por completo.

Más melones. En cierta ocasión, Mohamed II, para descubrir cuál de sus pajes se había
comido unos melones que había reservado, mandó que se les abriera el estómago en
vivo y de uno en uno. Al llegar al decimocuarto, apareció el culpable.

Como anillo al dedo. El marqués de Crochant tenla 365 sortijas. Cada día se ponía una
distinta.

La olorosa Pompadour. Se dice que la amante de Luis XV, Jeanne Antoinette Poison,
marquesa de Pompadour, gastó durante su vida más de seis millones de francos de los
de entonces en perfumes.

Duelo en la barba. Cuando murió Juan II de Portugal, en 1495, se prohibió que los
ciudadanos se afeitaran durante seis meses.

Miles y miles de favores. Jahangir, gran mongol de la India (1569-1627), tenía un
harén que estaba compuesto por 300 esposas, 5.000 mujeres sirvientes y un millar de
jovencitos que satisfacían todos sus caprichos.

El rey melonero. El emperador germano Maximiliano I murió a causa de una
indigestión de melones.

El defensor de los olivos. El rey David de Israel consideraba el aceite de oliva como
uno de sus más preciados tesoros. Poseía vastas extensiones de terreno plantadas
exclusivamente de olivos.

De primero, cera. Uno de los caprichos del emperador romano Heliogábalo (204-222)
era servir a sus invitados manjares de cera que imitaban a los platos que él degustaba
ante los presentes. Éstos eran obligados, bajo pena de muerte, a simular que estaban
comiendo.
Testa decorativa. Pedro el Grande ordenó cortar la cabeza al amante de su esposa y que
la metieran en un frasco con alcohol. Obligó a la reina a ponerlo en un lugar visible de
su dormitorio.

El azote de la carne. Tras convertirse al catolicismo, Enrique IV prohibió la venta de
carne durante la cuaresma bajo pena de muerte.

Un entrenamiento rapaz. El sultán de los turcos Bayaceto I, elevado al trono en 1389,
ordenó decapitar a 2.000 halconeros por no haber entrenado a sus rapaces
adecuadamente para la caza.

Asesinato en el retrete. Enrique III de Francia, un monarca vicioso e ineficaz, falleció,
sentado en la silla aguajera o retrete, al ser mortalmente herido por Jacques Clément, en
1589.

Hechizos de venganza. En 1531, el inquisidor Ugate, en el transcurso de una cacería de
brujas por tierras guipuzcoanas, fue envenenado por éstas.

Cerebros plomizos. Algunos científicos sugieren que las debilidades mentales de
ciertos emperadores romanos, como Nerón y Calígula, podían haber sido agravadas por
la ingestión del plomo residual procedente de las soldaduras de platos y vasos.

Fieles hasta el final. Tras la ejecución de Luis XVI, todos sus sirvientes, la florista y su
leal montero se quitaron la vida.

Los muy cafeteros. El rey Gustavo III de Suecia estaba convencido de que el café era
un veneno. Y para demostrar su toxicidad condenó a un asesino a tomar café todos los
días hasta que muriese y a otro delincuente le indultó con la condición de que bebiese té
a diario. El experimento, que fue seguido por una comisión médica, resultó un fracaso:
los primeros en morir fueron los médicos, después el rey, muchos años más tarde el
condenado a beber té y por último el bebedor de café.

La mano que cura. Entre 1660 y 1664, Carlos II de Inglaterra tocó a más de 90.000
enfermos. Por entonces se creía que las manos del rey poseían poderes curativos.

Dedos de titán. El emperador germano Maximiliano I medía casi 2,60 metros de altura,
y las pulseras de su mujer encajaban perfectamente en sus pulgares, motivo por el cual
solia utilizarlas como anillos.

Morirse de miedo. Carlos VII dejó de comer por temor a ser envenenado por sus
allegados. Murió de inanición.

Una ciudad de narices. Actisanés, soberano de Etiopía, ordenó cortar la nariz a todos
los delincuentes de sus dominios y les envió a fundar una ciudad que llamó Rinocolure.

Luis, la lima del XIV. Según su esposa, Madame Maintenon, un almuerzo del rey Sol
Luis XIV podía consistir en "cuatro platos de sopa, un faisán, una perdiz, un gran plato
de ensalada, cordero en su salsa, dos lonchas de jamón, una bandeja de pasteles, frutas y huevos duros". La autopsia practicada tras su muerte, en 1715, reveló que su estómago
tenía el doble del tamaño normal.

Vírgenes deshonradas. Para cumplir el mandato que impedía la ejecución de mujeres
vírgenes, Tiberio ordenó que antes fuesen violadas por el verdugo.

La condesa sangrienta. La condesa húngara Elisabeth Bathory fue emparedada en
1611 por asesinar a más de 650 jovencitas y bañarse en su sangre, convencida de que
por este método mantendría eternamente la juventud.

La caries del tirano. Se cuenta que los constantes cambios de humor y el carácter
tiránico y veleidoso del monarca sueco Gustavo I se debían a las tremendas caries que
tenía, que amenazaban con taladrar su mandíbula.

Ivancito el Térrible. A los 12 años de edad, el futuro zar de Rusia Iván IV el Terrible
empezó a torturar animales por divertimento, y arrojaba gatos y perros al vacío desde
las almenas del Kremlin para observar como se estampaban contra el suelo.

Las melopeas de Tiberio. Escribe Suetonio que Tiberio Claudio Nerón tenía tal afición
al vino que los soldados llegaron a llamarle Biberius Caldius Mero.

El rey de los otros. El temido Atila, rey de los hunos, no murió en el campo de batalla,
sino en el lecho conyugal, haciendo el amor con su esposa número 453 en la noche de
bodas.

Patíbulo con premio. Una ordenanza de Carlos I (1661-1700) de Inglaterra disponía
que los verdugos podían quedarse con las prendas que llevaba el reo en el momento de
la ejecución.

Almorranas imperiales. Algunos expertos aseguran que una de las causas decisivas de
que Napoleón perdiera la batalla de Wáterloo fue un ataque de hemorroides, ya que
éstas no le dejaron dormir durante las noches que duró la contienda.

Mandato a distancia. La reina de Inglaterra Berengaria, que contrajo matrimonio con
Ricardo Corazón de León en 1191, nunca vivió ni visitó ese país.

Un solete en la cocina. Luis XIV, el Rey Sol, frecuentaba demasiado la cocina de
palacio, pero no con fines gastronómicos, sino para mantener relaciones intimas con las
cocineras y camareras.

Esclava de la belleza. La reina de Babilonia Semíramis tenía 50 esclavas que se
dedicaban exclusivamente a los cuidados de su belleza.

Silencio y acción. La noche anterior a su ejecución, Catalina Howard, quinta esposa de
Enrique VIII, mando que llevaran a su celda el hacha y el tajo del verdugo para ensayar
la decapitación.

Trajes para toda ocasión. La emperatriz Isabel 1 de Rusia poseía más de 15.000
vestidos.
Un descubrimiento muy barato. La primera expedición de Colón al Nuevo Mundo le
costó a la reina Isabel la Católica lo que dos banquetes reales.

Asignatura pendiente. Carlomagno (742-814) fue incapaz de aprender a escribir.

Será por pechos. Dicen que Ana Bolena, esposa de Enrique VIII, tenía tres senos.

Pequeño pero matón. Pipino el Breve (715-768) portaba una espada casi medio metro
más alta que él. Este rey de los francos tenía una estatura de 1.37 metros, pero era
temido por su valor y maestría con el hierro.

Trucos de palacio para empinar el codo. La princesa Isabel, hija de Catalina I de
Rusia (1684-1727), asistía junto con otras muchachas de la corte a bailes de travestidos
para emborracharse. En aquella época, las mujeres no podían beber alcohol en las
fiestas.

La marquesa chuleta. El secreto de la marquesa De Maintenon para seducir a su
amante Luis XIV, con el que más tarde contrajo matrimonio, fueron las chuletas de
ternera. La dama aseguraba que esta carne aderezada con clavos, albahaca, anchoas y un
chorrito de cognac es un reclamo sexual al que pocos hombres pueden resistirse.

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